¿Qué hace feliz a un niño o a un joven? es la pregunta que muchos padres se hacen.

Acostumbro preguntarles a los padres de familia qué quieren para sus hijos, y casi sin excepción contestan que su máxima aspiración es que sean felices.

La pregunta que sigue es ¿qué hace feliz a un niño o a un joven? Creo que podemos inferir la respuesta de un gran número de estudios hechos por prestigiosas universidades sobre la felicidad; en ellos un alto porcentaje de los entrevistados refieren la vida familiar como una fuente importante de bienestar emocional, más allá del dinero, el trabajo o las buenas condiciones materiales.

Me atrevería a afirmar que para los hijos los buenos momentos con los padres, los límites y las normas claras y adecuadas a la edad, tener la autonomía requerida para la etapa que están viviendo, sentirse muy importantes para estos y la sensación percibida de amor, seguridad y protección equivalen a dosis significativas de felicidad.
Es una tarea inmensa que exige a los papás un gran despliegue de sentimientos, habilidades y acciones que se traducen en dedicación, compromiso y presencia activa.

Es cierto que muchos padres trabajamos duro para garantizarles a nuestros hijos ese bienestar en el presente y a largo plazo. Invertimos lo mejor de nuestra energía, preparación, esfuerzo e inteligencia, para que el propósito de darles oportunidades, recursos para enfrentar la vida y mayores posibilidades de que cumplan con sus sueños, den resultados positivos y sostenidos en el tiempo.

Pero algo está saliendo distinto a lo que esperamos y la ecuación inicial no tiene el resultado deseado. Los niños no están tan felices como quisiéramos, se quejan de aburrimiento y cada día quieren más, pero disfrutan menos. En últimas, no expresan ese nivel de bienestar y satisfacción con su propia vida y con lo que tienen a su alrededor, que tanto anhelamos.

Pareciera que la plenitud de la vida familiar está relacionada con otras variables. Es posible que los niños y los jóvenes necesiten cosas menos complejas, como más ratos compartidos, conversar sin afán, reírse o estar acompañados.

Crear relaciones profundas entre padres e hijos requiere sintonizarse con las emociones de los niños y los jóvenes. Conocerlos, observarlos, no darles todo porque solo tenemos un ratico para estar con ellos o saturarlos con actividades.

Tal vez parte del problema es que tenemos estándares de éxito muy altos tanto para la familia como para nosotros mismos. Tenemos prisa por alcanzar muchas metas al tiempo y este afán de logro, de tener más, se traduce en que tantas tareas al tiempo suman más de 24 horas al día. Y este tiempo real es el que no tenemos para usarlo en lo que puede ser esencial.

Como expresaba recientemente el presidente del Banco de Colombia, Carlos Raúl Yepes, quien renunció a este apetecido cargo, motivado por una carta que su hija le envió pidiéndole que dedicara más tiempo a su familia y a su salud. “Me privé de la familia, de ver jugar fútbol a mi hijo, de recibir calificaciones en el colegio, porque siempre tenía una responsabilidad, dejé de ir a cine, de frecuentar a los amigos, a la misma familia”. Y concluía que se requiere más tiempo tranquilo sin tantas exigencias, para tener bienestar.
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Tomado de: http://www.eltiempo.com/estilo-de-vida/salud/equilibrio-entre-el-trabajo-y-la-familia/16549196?ts=5