Hay que atacar el problema desde varios frentes, dicen expertos. Sepa cómo proceder.

Cuatro de cada 10 niños creen que responder pasivamente ante las agresiones en el colegio no es una opción. Y la cifra aumenta a cinco cuando se trata de responder ante apodos desagradables, burlas o mentiras que se dicen sobre ellos.

Así lo indican los resultados de las pruebas Saber 3°, 5° y 9° (2012 al 2014), que fueron publicados este mes y que evalúan –además de temas académicos– las competencias ciudadanas de los estudiantes de los colegios del país.

Los niveles de intimidación no resultan desestimables si se tiene en cuenta que en el grado quinto un 37 por ciento de los estudiantes ya asegura haber sido víctima, mientras que un 22 por ciento confiesa haber asumido el rol de agresor en al menos una ocasión.

El mapa nacional en este tema no es homogéneo. Existen regiones mucho más complejas que otras. En Tumaco, Apartadó y Turbo, por ejemplo, la tasa de quienes se declaran ‘víctimas’ llega al 48 por ciento.

Ataques sostenidos

El conocido matoneo o bullying no es una simple agresión, sino que se trata de una serie de ataques que se repiten en el tiempo y, a veces, por años.

Tiene que ver con un desbalance de poderes, que no resulta atribuible a un niño difícil, sino a todo el grupo de estudiantes del salón de clase, según explica Lina María Saldarriaga, directora de contenidos e investigación de Red Papaz.

La intimidación no solo afecta el clima escolar, sino que genera que los menores perciban como inseguros sus colegios. Un 30 por ciento de los encuestados admiten que evitan pasar por algunos lugares del plantel y un 16 por ciento dejen de ir al colegio para evitar ser molestados. Esto amén de que hay niños que llegan al extremo de no ir al baño o no tomar refrigerio alguno en la cafetería por temor a ser agredidos.

En esta situación surge la pregunta: a pesar de que el informe muestra que más de la mitad de los niños fueron testigos de una agresión y de estos casi la misma proporción dijo “ponerse en los zapatos” de la víctima y sentirse mal por la situación, ¿qué impide a los niños actuar y que se tomen medidas para reducir estas actitudes?

Una posible respuesta está en el trinomio formado por los padres, los profesores y los compañeros de clase. José Fernando Mejía, director del programa Aulas en paz, de la U. de los Andes, advierte que si la responsabilidad recae solo sobre los dos niños involucrados, no se llegará nunca a una solución.

“Buscar quién tuvo la culpa y adelantar castigos o procedimientos disciplinarios solo genera resentimientos, rabias y ganas de vengarse –señala Mejía–. Lo acertado, en el caso del victimario, es enseñar a asumir la responsabilidad y a reparar el daño”.

El primer eslabón que debe activarse para estos casos es el monitoreo de los padres, que deben estar atentos a las señales de alerta. Mejía dice que si un niño pierde con frecuencia sus útiles, no tiene amigos, cambia de ánimo sin razón aparente o no quiere ir a clases, hay que empezar a indagar sobre qué puede estar ocurriendo. Generalmente, la agresión escolar es un asunto soterrado y no es fácil de percibir por los adultos.

La mejor vía para que los menores hablen sobre las situaciones por las que pueden estar pasando es un diálogo permanente. “Una forma de lograr que los niños sean sinceros y abiertos es generar con ellos un clima de confianza. Si los padres se abren, y hablan sobre su día a día y de cómo se sienten sobre ciertas situaciones, lograrán que los niños hagan lo mismo”, afirma Enrique Chaux, profesor de la U. de los Andes.

Frente a una agresión, los padres deben guiar a sus hijos a responder de manera asertiva. Es decir que los niños puedan desarrollar habilidades que les permitan pararse bien, mirar a los ojos y responder en torno firme y respetuoso a su agresor: “Por favor, no me llame de esa manera, que me molesta”, sugiere Lina María Saldarriaga.

Responder pasivamente, alejándose de la situación, no es una salida. Y responder aplicando el viejo refrán de “ojo por ojo”, solo ayudará a perpetuar el círculo de la violencia.

De acuerdo con los expertos, si un niño grita o insulta, solo estaría mostrando su grado de vulnerabilidad.

Un segundo paso es hablar con el colegio y con los docentes para que activen los protocolos que exige la ley de convivencia escolar. En el salón de clase, es el maestro quien debe involucrar a los demás.

Así mismo, para Chaux, el poder de los compañeros que observan es vital para frenar la agresión: “Si ellos no actúan se está enviando el mensaje de que está bien. Pero si se involucran, el victimario ya no se sentirá tan fuerte”.

Según Mejía, reforzar en los niños la idea de que no están solos y que se pueden defender sin necesidad de agredir, resulta clave.

Y concluye que enseñar a manejar emociones, como la rabia, permite que tanto padres como hijos “respiren, se calmen, no busquen culpables y ayuden a construir soluciones que permitan terminar con la agresión”.

Algunas vías para actuar de manera efectiva

1. Tenga una buena comunicación con sus hijos y recuérdeles que no está bien que los maltraten. Tómelo en serio.

2. Cuente con una línea directa con el colegio y exija que en él se active el protocolo que establece la ley de convivencia escolar.

3. Implemente juegos de roles en la casa, que les permita desarrollar habilidades para responder de forma asertiva ante situaciones de agresión.

4. Si su hijo es victimario, no entre en la lógica de justificar la agresión, más bien oriéntelo a desarrollar empatía hacia la persona que está agrediendo.

5. Evite los castigos, los regaños y la lógica revanchista.

6. Si su hijo es víctima, evite hablar con los padres de los agresores, porque puede generar una reacción negativa. Acuda al colegio.

Consejos a cargo de Enrique Chaux y José Fernando Mejía (Universidad de los Andes).

 

Tomado de: http://www.eltiempo.com/estilo-de-vida/educacion/soluciones-al-matoneo-escolar/16528859