“No queremos más jadeo, no al tabaco y al vapeo”
De continuar esta terrible epidemia entre escolares y adolescentes, los pediatras no tendremos otro re- medio más que abocar a este tipo de hechizos: ¡Alveolus Emendo!; parodiando lo que hicieron Gilderoy y Lockhart cuando a Harry Potter se le rompió su brazo en un partido de quidditch en la cámara secreta y, mediante el conjuro ¡Braquiam Emendo!, se le permitió al bueno de Potter disponer en forma inmediata de su nuevo brazo para vencer al equipo de Slytherin y conquistar el honor de Gryfindor…
Pero en nuestros niños, esto no es posible. El tema del vapeo y los cigarrillos electrónicos no es un asunto de novelas de acción; se acerca más a una película de terror, en donde ya el 15% de los 1.299 casos reportados con lesión pulmonar asociados al uso de cigarrillo electrónico corresponde a vapeadores de menos de 18 años. Veintiséis muertes alertan sobre esta escena fantasmagórica en la que el común denominador es la práctica del vaping y, si bien es cierto que aún no se tiene certeza acerca del componente químico presente en el cigarrillo electrónico que lleva a la afectación pulmonar, la asociación está allí, al acecho, como a los dementores de la saga de Potter les gustaba hacerlo.
J. K. Rowling analizó sus escenas de aventura y de incertidumbre, de angustia y de suspenso en tan solo siete libros. Por el contrario, el cigarrillo electrónico, dispense nicotina o no, tiene toda una trama trágica encaminada a ponernos los nervios de punta para rato. El servicio de salud de los Estados Unidos, a través de su organización de control de tabaco y prevención familiar del tabaco, acaba de lanzar a la comunidad los resultados del más reciente estudio, serio, bien conducido, bien muestreado y con los desenlaces clínicos como los que un buen estudio debe tener, en el que concluye que la prevalencia en el uso de cigarrillo electrónico se ha incrementado en un 30% durante el período 2014-2018, en adolescentes que cursan entre 10.o y 12.o grados. Pero más espeluznante aún resulta el hecho de que en es- colares que cursan los grados 6.o a 9.o el incremento alcanza el 15%,
¡los mismos niños que estudiando en esos grados hoy tienen entre 11 y 14 años! En la reciente historia de la humanidad, ninguna adicción había alcanzado tanto en tan poco.
Y de la misma manera a como en el bestiario de Potter, la Acromántula, con sus horrorosos ocho ojos y enormes patas que alcanzaban y penetraban lo más despreciable de la humanidad, esta moda del va- ping ha logrado permear a destajo, a nuestros estudiantes latinoamericanos. En el más reciente estudio acerca del consumo de drogas en la población universitaria de la región Andina, a la pregunta en nuestros universitarios de si alguna vez habían consumido cigarrillo electrónico, el 16% de los encuestados respondieron de forma afirmativa.
¿Es por moda quizá? ¿Por necesidad de reconocimiento social al obtener el mayor número de visitantes o likes cuando se cargan en Youtube todas las “destrezas” que se alcanzan vapeando? ¿Se trata de actitudes desafiantes a reglas prohibitivas en sus núcleos familiares? ¿O de dejarse seducir de manera ingenua a las estrategias de marketing que los fabricantes y distribuidores de estos dispositivos han sabido montar? Puede que sean todas o ninguna; pero de lo que sí no están seguros nuestros niños y adolescentes vapeadores es exactamente sobre qué es lo que están inhalando. Pocos conocen que los dispositivos abiertos (cigarrillos electrónicos de tanque o mods) se pueden “customizar” con lo que se quiera, incluyendo el tetrahidrocannabinol (tch), componente que a la fecha es el más opcionado candidato a explicar todo este daño pulmonar. “Pero si mi sistema de cigarrillo electrónico es cerrado y seguro”, refutarán otros. El verdadero problema es que, por muy cerrado que parezca, puede o no contener nicotina, incluso a dosis más altas comparadas con las contenidas en el cigarrillo de combustión, y otros componentes tan lesivos y poco bien recibidos por el pulmón y su séquito de alveolos, entre los que se encuentran gliceroles, diacetilos, propilenglicol, metales pesados como níquel, estaño y plomo entre otros etcéteras, y que al vaporizarse como consecuencia del calentamiento de una resistencia, volatiliza toda suerte de sustancias reactivas de oxígeno, carbonilos y furanos, que están asociadas a toxicidad sobre el pulmón, incluso sin necesidad de estar mezcladas con nicotina. Nuestro mejor actuar como pediatras siempre ha sido el de prevenir y evitar el daño; aún tenemos la fortuna de que nuestros raciocinios y consejos siguen siendo bienvenidos al interior del núcleo familiar y en un tópico tan tóxico como este, no podemos dar vuelta atrás. La evidencia científica actual y algunas agencias regulatorias de Norte América, precisa- mente en donde se comercializa la mayor cantidad de cigarrillos electrónicos o cualquier dispositivo dispensador o no de nicotina, actualmente conminan indubitablemente a la misma recomendación: el vapeo en ninguna de sus formas es saludable para niños ni adolescentes y puede inducir tempranamente al hábito del cigarrillo de combustión o lo que es peor al tabaquismo dual.
No esperemos que sea tan tarde como para que ya no tengamos otro remedio más que lanzar el hechizo Anapneo, el mismo que Horace Slughorn invocó para Marcus Belby, en Harry Potter y el misterio del príncipe, cuando este comenzaba a ahogarse.
Ranniery Acuña Cordero.
MD Pediatra Neumólogo
Epidemiólogo Clínico
Asociación Colombiana de Neumología Pediátrica