En su afán de dejar claro lo poco que les interesa la opinión pública, las Farc se encargan cada tanto de darnos una bofetada.
“En ningún caso se dijo que fuéramos a retirar de filas a los menores de 17 años que ya habían ingresado. Lo que pasa es que como siempre se quieren utilizar hechos para tratar de enlodar y desvirtuar la buena fe con la que hemos estado actuando en este proceso”. De esta forma se refirió ‘Carlos Lozada’, uno de los negociadores de la Farc en La Habana, a la presencia de menores de edad en sus filas; pese a la promesa que ellos habían hecho en febrero pasado de no reclutar niños.
Fue indignante oír tal declaración de boca de uno de los hombres más importantes de esa guerrilla, pues la frescura con la que quiso soslayar un hecho a todas luces infame sacaba de casillas a cualquiera. ¿Cómo era posible que este tipo estuviera diciendo eso, como si estuviera hablando de un partido de fútbol o comentando una telenovela?
‘Lozada’ también me hizo retorcer las tripas cuando se refirió al reclutamiento de menores que ellos hacen, llamándolo “ingreso”. ¿Ingreso? ¡No me crean tan pendejo! Ningún niño “ingresa” de buenas a primeras a una organización delincuencial como si se tratara de un grupo de boy scouts. Los menores no son llevados a las Farc a acampar para aprender a cuidar la naturaleza, ni a sentarse alrededor de una fogata a cantarle con los amigos. Allá son arrastrados a empuñar armas más grandes que ellos, a patrullar, a arriesgar su vida y en no pocas ocasiones a servir de escudos humanos para proteger a los comandantes, que hasta no hace mucho solían morir de viejos.
Y en el caso concreto de las niñas, la cosa es todavía más aberrante, pues, aparte de su papel como combatientes, son obligadas a desempeñarse a la fuerza como amantes de sus comandantes o compañeros de filas carentes de escrúpulos. Como si fuera poco, diversas organizaciones humanitarias han denunciado el trato degradante de que son objeto, al margen de las condiciones propias del conflicto, esas pequeñas víctimas, que no solo contraen enfermedades de transmisión sexual, sino que son obligadas a abortar; con todas las secuelas físicas y psicológicas que estos abusos conllevan.
La desfachatez de ‘Lozada’ no cabe sino en esa lógica macabra que la guerrilla ha seguido durante más de medio siglo y que ya deberían estar cambiando, si en serio desean lograr la paz y –más importante aún– si aspiran a ganarse la credibilidad de los ciudadanos, que al final vamos a ratificar o a rechazar los posibles acuerdos que firmen con los representantes del Gobierno.
En su afán de dejar claro lo poco que les interesa la opinión pública, ese grupo se encarga cada tanto de darnos una bofetada y así es muy difícil que los colombianos recuperemos el optimismo en un diálogo que queremos apoyar, pero que también nos cuesta digerir.
La cínica declaración de ‘Lozada’ se dio en momentos en que se informaba que las Farc han incumplido su palabra y siguen reclutando niños en distintas zonas del país. Y aunque entiendo que el proceso de paz es muy intrincado y que no debemos generalizar, uno de los líos con estos señores es que cada zarandeada de estas –llámense secuestro, emboscada o lavada de manos– opaca cualquier avance previo y le abre paso al pesimismo.
La cúpula guerrillera tiene que entender que a la sociedad civil no se la conquista a punta de desplantes, promesas incompletas o justificaciones vacías. Que antes de pedir ceses bilaterales, demuestren que merecen nuestra confianza, con gestos auténticos y acciones concretas. Empezando por sacar a los niños de la guerra.
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Colofón. ¿Qué sanción recibirán los militares de EE. UU. que violaron y filmaron a niñas colombianas y además vendieron luego los videos? ¿Hasta cuándo seguirán los militares y contratistas gringos delinquiendo aquí con inmunidad diplomática?