Autor: Jorge Alberto Velásquez Betancur

 

Colombia es un país autoritario. Desde sus orígenes y a través de su historia sobresalen los actos de autoritarismo y de imposición de unos sobre otros, creando una sociedad temerosa y temeraria, solapada y violenta. Este territorio fue conquistado, colonizado y adoctrinado violentamente. El Estado no nació como una consecuencia natural de la evolución de la sociedad sino que fue impuesto por actos administrativos que desconocieron la diversidad que afloraba como una gran riqueza. La cadena de guerras civiles del siglo 19 es una confirmación de este estado de cosas y la violencia política del siglo veinte lo ratifica. Y para no desentonar, los acuerdos de paz son motivo de nueva violencia, de nuevos miedos y nuevas amenazas, que se repiten como una maldición.

La educación, cuyo propósito esencial es contribuir al logro de la libertad y la felicidad de las personas, es otro calvario para los estudiantes debido al autoritarismo de instituciones educativas, coordinadores y profesores, que desdicen con su práctica cotidiana de las bellas palabras que adornan sus estatutos y códigos de convivencia. Libertad y valores son las palabras que más se repiten en las frases de batalla de las instituciones educativas, pero son las que menos les dicen a los estudiantes, sometidos al régimen de terror de los “prefectos de disciplina” que siguen convencidos de que “la letra con sangre entra”.

La escuela, que debe ser el centro natural de la libertad, la diversidad, la tolerancia y el pluralismo, para hacer seres libres dentro de la disciplina, es déspota y autoritaria. Un repaso a las acciones de tutela presentadas en el país desde la aprobación de la Constitución así lo demuestra. Las quejas cotidianas de los estudiantes lo comprueban.

Educar en la prohibición y en la amenaza constante produce personas de doble moral, que construyen un mundo de apariencias que no corresponde con los dictados de su mente, porque están al acecho de la oportunidad de hacer lo que se prohíbe. Educar en libertad crea seres íntegros, responsables, maduros.

Educar en libertad y para la libertad no es fácil, implica cambios, renuncias, desaprendizajes dolorosos, para quien está acostumbrado a mandar, imponer, gritar, amenazar, castigar. Educar en libertad tiene como punto de partida el reconocimiento de la dignidad humana de estudiantes y colegas en un espacio de entendimiento, donde lo importante no es gritar sino conversar y escuchar.

Una sociedad pluralista no se logra de un día para otro, ni depende de decretos u órdenes superiores. Es una construcción permanente, soportada en el respeto de los valores fundamentales y en la riqueza de la diversidad.

Las instituciones educativas, públicas y privadas, de todos los niveles, y quienes las dirigen, deben ser coherentes con los principios que dicen promover, entendiendo que los colegios no son regimientos ni los estudiantes son soldados. Son seres humanos ávidos de conocer y de aprender en un mundo globalizado y dominado por las tecnologías de información y comunicación.

Con menos autoritarismo de parte de coordinadores y profesores, quizás podamos soñar con un país dispuesto a superar la violencia, la intolerancia, la inseguridad y la debilidad institucional. Mientras los profesores sigan creyendo que su poder no está en el conocimiento sino en la posibilidad de castigar, seguiremos igual o peor.

 

Tomado de: http://www.elmundo.com/portal/opinion/columnistas/educar_en_libertad.php#.VtnuvfnhCUm