Daniel Agudelo, a sus 25 años, es maestro líder de calidad educativa en la región. Perfil.
La escuela estaba ubicada en medio de siembras de plátano; concentraba un calor infernal que él soportó, como buen cachaco, con paciencia, mientras enseñaba inglés y emprendimiento.
Su labor en este pequeño plantel en Chigorodó (Antioquia), recuerda, fue su prueba de fuego. Bogotá no era para él; la comodidad de su casa, la compañía de sus amigos y el frío capitalino lo apartaban de su vocación.
Bastó solo una semana en los salones de clase para saber que esa era su vida entera: trabajar por la educación en Colombia desde las regiones más apartadas de la geografía nacional.
Daniel Agudelo Navarro viajó a Chigorodó, municipio en el Urabá antioqueño, en el 2013. Allí comenzó su carrera de maestro; y hoy, por los méritos de su liderazgo, tiene el reto –a sus 25 años– de sacar del atraso histórico la manera como funciona la educación en el departamento del Chocó.
Aun cuando se graduó como administrador y psicólogo de la Universidad de los Andes, sus ideales lo llevaron a la organización Enseña por Colombia, luego de un entrenamiento en pedagogía.
Hoy es líder de calidad educativa en el Plan Chocó, la apuesta del Ministerio de Educación Nacional para enfocar los recursos y proyectos que tiene a nivel nacional en esta región, que está intervenida por el Gobierno en la administración de la educación hasta el 2018.
Matemáticas es su materia favorita para enseñar. Le exige lógica y ser recursivo. “En muchas escuelas no tenemos ni materiales de texto para trabajar, pero con el tablero y la creatividad basta”, afirma, al recordar las épocas cuando dictaba entre cinco y siete horas de cátedra para los estudiantes de sexto y octavo de una institución educativa de la vereda Guaca, a media hora del casco urbano de Chigorodó.
Pero la magia con sus estudiantes no ocurrió tanto en el salón de clases como en el patio de recreo. Allí les llegó con una propuesta, que incluso generó risa entre sus compañeros docentes: quería formar un equipo de fútbol femenino.
Cuando llegó, fue evidente para él la situación de las mujeres: el machismo de su propia cultura las dejaba con los peores indicadores: alto número de embarazos adolescentes, mayores niveles de deserción escolar, posibilidades de liderazgo muy limitadas y una mínima participación en su comunidad. Y eso fue lo que él se propuso cambiar.
Empezó como un entrenamiento normal, los sábados en la mañana. Eran solo 12 niñas. Se alió con un profe de educación física del municipio y empezó a conseguir recursos. La fundación Huracán, que apoya a distintos equipos de fútbol en el mundo, apadrinó a las Huracán Urabá, y entonces fue cuando entendió que “no podía tratarse solo de pegarle a un balón”, sino que empezaron a darles charlas de liderazgo femenino y salud sexual reproductiva antes de cada jornada de ejercicios.
El resultado, luego de varios meses, no pudo ser mejor. Frente a las cifras del 2013, cuando se presentaron 3 casos de embarazos de adolescentes y 6 deserciones escolares, el saldo del 2014 estaba en ceros. Sus estudiantes se convirtieron en campeonas del pueblo, vencieron a otros municipios y llegaron a quedar de segundas en la región del Urabá.
“La verdad es que el sistema educativo es totalmente frustrante para los jóvenes. Hay mucha pereza, mucha frustración. La pobreza y el hambre son otros de los muchos factores. Pero en el patio empezamos a hacer deporte, y entendí la fuerza que eso tenía en los muchachos”, asegura.
Luego, el reto se amplió y comenzó a jugar, con varios jóvenes, ultimate, deporte en el que se lanzan entre dos equipos un frisbee. Después de un par de juegos, Daniel comprendió por qué ese deporte mejoraba la convivencia escolar: “Como no hay árbitros, eso implica que cada uno sea respetuoso, aprende a resolver conflictos. Además es un deporte mixto, no hay separación entre hombres y mujeres, entonces cada uno se destaca es por sus habilidades, más allá del género”. Este proyecto logró ser financiado por la Gobernación de Antioquia y se extendió a otros jóvenes con problemas de comportamiento del municipio.
Las enseñanzas en Chigorodó son parte del conocimiento que hoy quiere difundir en los municipios del Pacífico. Su tesis es simple: “Si uno quiere cambiar la educación, tiene que pensar como un niño”. Agudelo cree que la mayoría de los profesores y directivos están enfocados en cumplir las metas de certificación y capacitarse, y eso los hace olvidar de la realidad del niño, aun siendo excelentes pedagogos.
Además de llevar los programas del Ministerio de Educación, que buscan mejorar las áreas básicas, como matemáticas o español, el reto de Daniel es también hacer comprender que lo primero para generar una revolución en la educación es motivar a los jóvenes y niños. “Necesitamos que nuestros maestros les enseñen a los niños a ‘morder’ el éxito; si eso lo logramos una vez, querrán mejorar siempre”.
Tomado de: http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-15526742