Maximiliano dirige Phoenix, un proyecto reconocido por la Nasa y la Agencia Espacial Europea.
Maximiliano Alzate fue policía antes de convertirse en maestro. Ahora alienta a estudiantes del sur de Bogotá para convertirse en astronautas.
Durante 22 años, Maximiliano recorrió el país con un arma al hombro. Es un tiempo en el que no se detiene mucho, tan solo recuerda que fue en las filas de la Policía donde encontró la docencia. Estudió ingeniería química y, desde hace dos décadas, enseña a niñas, niños y jóvenes a amar el universo.
Max es un tipo alegre y no puede ocultar la sonrisa por lo que lo enorgullece. Celebra haber creado “un observatorio que es la envidia de cualquier colegio privado”, al sur de la capital y que sus pupilos se hayan llevado tres de los cinco premios (innovación, desempeño y publicaciones) que entregó el programa de las afamadas agencias espaciales Misión X 2015-Entrena como Astronauta.
Durante todo el año, sus aprendices de astronautas cumplieron con 19 pruebas que medían su capacidad física y su conocimiento de los astros y de los viajes interestelares, y obtuvieron la mejor puntuación entre más de 40.000 estudiantes de 27 países del mundo, que participaron en Misión X 2015.
Maximiliano fue policía antes de dar clases para soñar y mirar al cielo. Foto: Archivo particular / EL TIEMPO. |
Para este docente con más de 20 años de experiencia, amante de los astros y defensor de la naturaleza, “las limitaciones solo existen en la mente de los hombres”, por eso forma a sus estudiantes para que se conviertan en astronautas o ecologistas o cualquier cosa que se les ocurra. “Solo tienen que soñar y luego trabajar mucho para hacerlo realidad”, les reitera con insistencia.
Lo bonito de los sueños es que no tienen límites, asegura este maestro. Por eso les enseña a los niños que no deben abandonarlos por ser de Ciudad Bolívar y vivir en medio de las limitaciones económicas. “Tenemos un exalumno que se ganó una beca en Chile y se está formando para ser astronauta. Él es una muestra de que sí se puede”, dice con una gran sonrisa.
Maximiliano asegura que enseña para saldar una vieja deuda con el planeta. “Cuando era niño, en mi tierra natal, en Guatapé (Antioquia) fui un depredador de la tierra. Con el paso del tiempo entendí el deber que tenemos como especie de cuidar y preservar la tierra que nos da de comer. Volqué todos mis esfuerzos en formar a los estudiantes y a la comunidad para preservar el medioambiente”.
Por eso hoy, además del club de astronomía, lidera un movimiento con los estudiantes de defensa del medioambiente. Porque está convencido de que lo más importante en su labor docente es inculcar a los niños el amor y el respeto por todas las formas de vida del universo, desde el gusano que sale del fondo de la tierra hasta las estrellas que fulguran en el firmamento.
“Nuestra especie se caracteriza por ser la más depredadora del medioambiente y eso tiene que cambiar. Tenemos un movimiento que bautizamos Onigisa Ngai, que en una lengua africana quiere decir ‘Ayúdame’, en el que realizamos diferentes actividades que buscan formar a los niños como defensores del medioambiente. Tenemos una huerta para que los niños vuelvan a la tierra, para que aprendan a cultivar, que se unten las manos de tierra para recuperar esa relación con la naturaleza y con los alimentos”.
Max les insiste a sus estudiantes conocer las problemáticas que afectan a su barrio, a su colegio, el pedazo del universo que ocupan. “Aquí en Ciudad Bolívar tenemos unas problemáticas ambientales muy serias como la minería a cielo abierto o el vertimiento descontrolado de desechos a las fuentes hídricas. Los estudiantes deben conocer el problema, apropiarse de él y contribuir a su solución”, reitera este maestro que se declara a favor de las clases lejos de los pupitres: clases que vivan las montañas, huelan y sientan la naturaleza.
Clases para soñar y mirar al cielo.