Una nación que no protege a sus niños es una nación que cierra las puertas al crecimiento.
Hace algunas semanas se registró otra noticia triste: una madre de familia asesinó a sus tres hijos y luego intentó suicidarse. El hecho ocurrió en el municipio de Palmar de Varela, una población ubicada a cuarenta kilómetros de Barranquilla. Johana del Carmen Montoya, de 23 años de edad, desplazada por la violencia, después de asesinar a los niños los escondió debajo de la cama. Los menores degollados tenían tres, seis y nueve años de edad. Apenas estaban despertando a la vida. El crimen conmovió a un país que todavía no se reponía del asesinato de los niños Vanegas Grimaldo en Caquetá. Estos hechos motivan serias reflexiones sobre la necesidad de proteger a los niños.
Los niños son el futuro de la patria. Puede sonar a lugar común, pero es verdad. La esperanza de un país está cifrada en las nuevas generaciones, en esos niños que apenas están descubriendo el mundo, en esos niños que llenan con su alegría los rincones de las casas, en esos niños que son el referente feliz de las familias. Serán los dirigentes de mañana, los deportistas que nos brindarán éxitos, los empresarios que construirán una nueva Colombia, los artistas que nos ofrecerán momentos de sano entretenimiento, los científicos que estudiarán el comportamiento humano. En ellos está cifrada la esperanza de un nuevo país, el anhelo de alcanzar el desarrollo, la oportunidad de crecer como nación. Los niños serán en su edad madura los líderes que el país necesita.
Por todo lo anterior es que duele en el alma lo que está pasando con los niños. Al asesinarlos, estamos destruyendo el futuro. Pero, sobre todo, estamos demostrándole al mundo que somos un país donde no se respeta la vida. Una nación que no protege a sus niños es una nación que cierra las puertas al crecimiento. Duele ver cómo el reclutamiento de menores para la guerra cercena el libre desarrollo de la personalidad de esos niños que a temprana edad ya están empuñando en sus manos un fusil. En vez de estar en el monte enfrentando dificultades, preparándose para matar, esos menores deberían estar en sus hogares recibiendo el cariño de la familia, aprendiendo a valorar la vida, jugando felices con los niños de la cuadra.
En los últimos días Colombia ha sido sacudida por noticias que registran actos de violencia contra los niños. La misma semana en que se conoció la masacre en el Caquetá se tuvo conocimiento de que en una finca de Dagua, población del Valle, fue degollado un niño de seis años. Mientras tanto, en La Vega (Cundinamarca) es encontrado, desmembrado, el cuerpo de Robinson Correa, un niño de siete años que fue víctima de abuso sexual. Como si esto fuera poco, en Barranquilla una madre lleva al hospital a su hijo de cuatro años de edad tras haberle inyectado veneno para ratas. Y en Tuluá fue encontrado, en un cañaduzal, el cuerpo de Leonardo Barrero Ramos, un niño de trece años que fue asesinado a machetazos por su propio padre.
Las cifras sobre asesinato de niños en Colombia son estremecedoras. Un informe del Instituto Nacional de Medicina Legal indica que durante el año 2014 se registraron en Colombia 940 asesinatos de niños entre uno y 17 años. Si a esta cifra se le suma las de maltrato infantil, violencia intrafamiliar y abuso sexual en menores, tendremos unas estadísticas preocupantes. Lo más grave de todo es que, en la mayoría de los casos, la propia casa es el escenario donde se registran estos delitos. Y, más grave aún, en el propio entorno familiar están los victimarios. La captura del abuelo de los tres menores asesinados por su madre en Palmar de Varela, sindicado de acceso carnal violento, demuestra cómo se han perdido los valores en una sociedad que está llamada a proteger a los niños.
7.624 menores de edad fueron víctimas de abuso sexual durante el año 2014 en Colombia. Esta cifra debe llevar al Estado a buscar mecanismos para evitar que este tipo de delitos sigan ocurriendo. El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar está en la obligación de formular políticas protectoras de la niñez que detengan este horrible drama. Todo el peso de la ley debe caer sobre quienes frustran de esta manera el futuro de los niños, causando en ellos un trauma psicológico que les impide su crecimiento normal. A los niños no solamente hay que brindarles bienestar. También hay que protegerlos de los abusos de los mayores. Y esto se logra con una política protectora que involucre a todas las instancias del Estado. Los violadores de niños no pueden seguir sueltos. Y los que están en la cárcel, como Garavito, no pueden recobrar la libertad.
José Miguel Alzate