Los niños y las niñas han vivido formas inimaginables de violencia. ¿Pueden recuperarse de ese dolor?
La peor cara de la guerra la viven los niños y las niñas. El conflicto armado que azota al país ha golpeado a varias generaciones de colombianos cuando apenas si tenían la capacidad de entenderlo. Por eso, cuando el Centro de Memoria Histórica hizo su informe Basta Ya, tituló el capítulo de la infancia como ‘Inocencia Interrumpida’. Según ese informe, entre 1985 y 2012, más de dos millones y medio de menores de edad habían sido desplazados, 342 habían pisado una mina antipersona, 154 habían sido víctimas de desaparición forzada y más de 150 habían sido asesinados en confrontaciones armadas.
Las huellas que la guerra deja en los niños son muchas veces invisibles frente a la sociedad. Aunque el conflicto no discrimina entre hombres y mujeres, pequeños o grandes, ricos o pobres, lo cierto es que los impactos suelen ser peores cuando las víctimas son más vulnerables. Por eso, un habitante de San Carlos, un pueblo que padeció como pocos las masacres y el miedo, dijo a los investigadores del informe Basta Ya que “la guerra le arrebató el futuro y los sueños a toda una generación”.
Los niños colombianos han sido víctimas de todas las modalidades de violencia. Han sido desplazados, reclutados forzadamente, víctimas de abuso sexual. Han visto torturar a sus padres, asesinar a sus vecinos, quemar sus casas. Han crecido con extraños, se han separado de su tierra y de sus amigos. Según la Organización Mundial de la Salud los desastres y los conflictos impactan profundamente la salud emocional de los niños, pues, además, la exteriorización de sus miedos puede confundirse con problemas normales de su edad como que les va mal en la escuela o no se concentran.
Quienes han sido víctimas directas de la guerra tienen secuelas severas. Según los expertos, los niños que han vivido masacres sufren de problemas de concentración, memoria y aprendizaje, episodios de pánico repentino, alteraciones graves del sueño, dificultades de lenguaje y comunicación, agresividad e hiperactividad. El estudio de Memoria Histórica documenta los traumas de uno de los niños de Bojayá. Cuando sucedieron los hechos, “quedó tendido entre los cadáveres y amaneció abandonado en el templo. Sus padres lo dieron por muerto. El 3 de mayo fue rescatado inconsciente por los sacerdotes. “Ese muchacho ahora se está deschavetando –dijo su padre–. Está muy mal por el golpe que recibió””.
Otro grupo muy vulnerable es el de los niños reclutados por los grupos ilegales. Muchos de ellos ni siquiera se sienten víctimas porque entraron a la guerrilla o los paras huyendo de situaciones de abandono y miseria. “La mayoría de los niños (reclutados) provienen de entornos terriblemente pobres, donde carecen de cualquier oportunidad de educación, progreso personal o status social”, dice el informe de la organización Human Rights Watch sobre este tema. Colombia ni siquiera sabe cuántos niños tiene hoy en la guerra. Se ha dicho que pueden ser 8.000, 13.000, 18.000 pero se sabe que el país es uno de los cinco peores países del mundo en este delito. “Las organizaciones terroristas los utilizan porque son fácilmente manipulables, los transforman en esclavos y se convierten en mecanismos ideales para retardar acciones militares”, dice Marco Antonio Cruz, director de la Fundación Antonio Restrepo Barco en una reciente investigación sobre el tema.
Pero quizá la situación más invisible y abrumadora es la del desplazamiento forzado. Colombia ocupa un lugar vergonzoso en el mundo al ser el país con mayor número de personas que han tenido que huir de sus hogares. Casi la mitad de ellos, más de dos millones y medio, son niños y niñas. Muchas familias además huyeron por temor a que sus hijos fueran reclutados por los grupos armados, por lo que los menores que viven esta situación sufren mayoritariamente de sentimientos de culpa. Además, andar de un lado a otro mendigando una habitación o un plato de comida no solo les ha arrebatado su autoestima sino que les ha hecho perder el arraigo a sus tradiciones y cultura.
Y por último, en Colombia hay millones de niños que simplemente no saben qué fue lo que pasó en sus familias o que han tenido una infancia confinados en un apartamento porque a sus padres les da miedo todo lo que podrían sufrir en las calles. “Lo más normal es que cuando a un niño de 7, 8, 9 años le asesinen el papá, se lo degüellen, se lo decapiten, se lo desaparezcan, es más fácil ¿decirle o que está de viaje, o que se murió?… No le explican que estamos en una guerra, que él murió en una guerra”, dijo otro habitante de San Carlos a los investigadores de Basta Ya. Los testimonios de quienes han vivido estas situaciones dan cuenta de que la verdad ha sido una de las mayores sacrificadas en esta población. Una viuda de uno de los funcionarios judiciales masacrados en la Rochela, en 1989, resumió esa situación “Bastante tenías al saber que no tenías a tu papá para yo amargarte una niñez y una adolescencia y una juventud diciéndote de qué forma o de qué manera…, para que creciera un niño odiando…”.
Alrededor del país, muchas madres lidian con la misma reflexión y es cómo que sus hijos puedan crecer sin que los afecte el pasado. José Luis Campo, quien dirige la organización Benposta que atiende a niños víctimas del conflicto armado, explica que es muy difícil que ellos puedan superar esas experiencias traumáticas si no tienen un presente digno, algo que el país no les ha podido garantizar. No hay una receta para curar el dolor de los niños, pero sí muchas señales para alertarse por este. Como dice el siquiatra, Giovanny Arias, la discusión no es si tenemos o no niños traumatizados, “el problema es que por cuenta del conflicto armado tenemos niños con unas enormes dificultad para ser felices”.
Retrato de una infancia
El grupo de Memoria Histórica recogió testimonios desgarradores de cómo la guerra ha impacto a los niños. Estos son algunos de ellos.
“Mi hermanita menor se agarró a llorar cuando esos hombres golpeaban a mi papá y ella se pegó de su pierna. A él lo mataron con ella agarrada. El impacto de las balas la tumbó al piso y ella quedó inconsciente y ensangrentada. Ella nunca superó eso, no habla, no pudo estudiar y es muy malgeniada y rebelde”, testimonio de niña de Montería.
“Yo tenía 14 años y viajaba en un bus con mi mamá. En un retén los paramilitares lo pararon
y nos bajaron a todos. Mi mamá me trataba de esconder, pero se dieron cuenta y empezaron a decirme que no fuera niñita. Yo tenía mucho miedo, me oriné en los pantalones. Al final nos dejaron ir… Y esto solo lo he contado hoy, casi 15 años después, porque me da vergüenza”,testimonio de un adulto de San Carlos.
“Yo no supe cómo explicarle a mi hijo sobre la muerte de su padre. Cuando por fin le conté la verdad, me decía que quería vengarse. El susto mío fue tan grande que siempre evitaba que mi hijo saliera, lo privé de su infancia… Yo lo veo siempre triste. Incluso hasta hace muy poco, mi hijo me dijo que a veces sentía deseos de suicidarse”.
Algo está mal
Estos son los síntomas que según la Organización Mundial de la Salud deben alertar a los padres cuyos hijos han sido víctimas o testigos de algún tipo de violencia.
Niños entre 1 y 7 años:
– No tener ganas de jugar.
– Temerle a todo.
– No querer hablar de lo que les pasó.
– Tener pesadillas y problemas de sueño
– Temor a separarse de sus padres.
– Decir que esperan que vuelva la persona fallecida.
– Jugar a que rescatan a sus amigos y a revivir la experiencia.
Niños entre 8 y 11 años:
– Sentir culpa de lo que pasó.
– Sentir miedo de estar solos.
– Vivir preocupados porque algo pueda pasar.
– Sentir dolor en la cabeza, el pecho, el estómago.
Adolescentes, de 12 a 18 años:
– Sentir culpa por haber sobrevivido.
– Sentir desinterés por la vida.
– Ser vulnerables al uso de drogas y a la delincuencia.
– Tener conductas autodestructivas.
– Planear una venganza.
– Desear ser adultos.
Tomado de: http://www.semana.com/especiales/conflicto-salud-mental/inocencia-interrumpida.html